HECHOS. PARTE II

HECHOS 1

I. Un nuevo libro (1.1–2)

El «primer tratado» a que se refiere es el Evangelio de Lucas (véase Lc 1.1–4), donde Lucas relató la historia de lo que Jesús empezó a hacer y a enseñar mientras estaba en la tierra. Hechos retoma la narración, relatando lo que Él continuó haciendo y enseñando a través de la Iglesia en la tierra. El Evangelio de Lucas relata el ministerio de Cristo en la tierra en un cuerpo físico, en tanto que Hechos relata su ministerio desde el cielo a través de su cuerpo espiritual, la Iglesia. Por ejemplo, en 1.24 los creyentes le piden al Cristo ascendido que les muestre a qué hombre deben elegir como apóstol. En 2.47 es el Señor el que añade creyentes a la asamblea. En 13.1–3 es Cristo, mediante su Espíritu, quien envía a los primeros misioneros; y en 14.27 Pablo y Bernabé relatan lo que Dios hizo a través de ellos.

Todo cristiano necesita salir del Evangelio de Lucas y entrar en Hechos. Saber acerca del nacimiento, vida, muerte y resurrección de Cristo es suficiente para la salvación, pero no para el servicio lleno del poder del Espíritu. Debemos identificarnos con Él como nuestro Señor ascendido y permitirle que obre a través de nosotros en el mundo. La Iglesia no es simplemente una organización involucrada en el trabajo religioso; es un organismo divino, el cuerpo de Cristo sobre la tierra, a través del cual su vida y poder deben operar. Él murió por el mundo perdido; nosotros debemos dar nuestra vida para traer a ese mundo a Cristo.

II. Una nueva experiencia (1.3–8)

Cristo ministró a los apóstoles durante los cuarenta días que estuvo en esta tierra después de su resurrección. Se debe leer Lucas 24.36ss en conexión con estos versículos. En ambos lugares Cristo instruyó a los apóstoles a que se quedaran en Jerusalén y esperaran la venida del Espíritu. Debían empezar su ministerio en Jerusalén.

Juan el Bautista anunció este bautismo del Espíritu (Mt 3.11; Mc 1.8; Lc 3.16; Jn 1.33). Nótese que Cristo no dijo nada respecto a un bautismo con fuego, porque ese bautismo se refiere al juicio. La venida del Espíritu uniría a todos los creyentes en un cuerpo, que se conocería como la Iglesia (véase 1 Co 12.13). El Espíritu también les daría a los creyentes poder para ser testigos a los perdidos. Finalmente, el Espíritu capacitaría a los creyentes para hablar en lenguas y hacer otras obras milagrosas para despertar a los judíos. (Véase 1 Co 1.22: los judíos exigen señal.) Hay en realidad dos referencias de este bautismo del Espíritu en Hechos: en el capítulo 2, cuando Él bautizó a judíos; y en el capítulo 10 (véase Hch 11.16) cuando vino sobre creyentes gentiles. De acuerdo a Efesios 2.11ss, el cuerpo de Cristo está compuesto por judíos y gentiles, todos bautizados en este cuerpo espiritual. Es incorrecto orar por un bautismo del Espíritu; podemos pedirle a Dios que nos llene (Ef 5.18), o que nos dé poder para un servicio especial (Hch 10.38), pero no debemos orar por su bautismo.

¿Era correcto que los apóstoles le preguntaran a Cristo acerca del reino? (vv. 6–8). Sí. En Mateo 22.1–10 Cristo prometió darle a la nación de Israel otra oportunidad para recibirle a Él y su reino. En Mateo 19.28 Cristo prometió que los apóstoles se sentarían en doce tronos (véase Lc 22.28–30). En Mateo 12.31–45 Cristo afirmó que Israel tendría otra oportunidad para ser salva, incluso después de haber pecado contra el Hijo, y prometió darles una señal para alentarles. Fue la señal de Jonás: la muerte, sepultura y resurrección. Los apóstoles sabían que su ministerio empezaría con Israel (véanse las notas introductorias); ahora querían saber lo que Israel haría. ¿Aceptaría el mensaje o lo rechazaría? Cristo no les dijo si lo haría o no. Si les hubiera dicho a los apóstoles que Israel despreciaría las buenas nuevas, no hubieran podido dar al pueblo una oferta sincera; su ministerio hubiera sido falso. Lo que les dijo fue que debían ser testigos, empezando en Jerusalén y con el andar del tiempo llegar a todo el mundo.

III. Una nueva seguridad (1.9–11)

No confunda las promesas del v. 11 con las del Rapto de la Iglesia dadas mediante Pablo en 1 Tesalonicenses 4. Los ángeles aquí están prometiendo que Cristo volverá al Monte de los Olivos, visiblemente y en gloria. Lucas 21.27 y Zacarías 14.4 dan la misma promesa. Si Israel hubiera aceptado el mensaje de los apóstoles, Cristo hubiera regresado al Monte de los Olivos (véase Hch 3.19–21) y establecido su reino. Los misioneros judíos hubieran esparcido su evangelio hasta los fines de la tierra, e Israel hubiera sido el centro de la bendición para toda la humanidad, según se promete en Isaías 35.1–6 y 65.19–23.

IV. Un nuevo apóstol (1.12–25)

¿Estuvo bien que los apóstoles seleccionaran este nuevo hombre? ¡Por supuesto! Debían tener doce hombres para sentarse en los doce tronos prometidos (Mt 19.28; Lc 22.28–30) si Israel se arrepentía y recibía el reino. Su decisión se basó en la Palabra de Dios (Sal 109.8; 69.25) y en la continua oración (Hch 1.14, 24). El seleccionado, Matías, fue ratificado por Dios puesto que junto a los otros recibió la plenitud del Espíritu el día de Pentecostés.

Nótese que Pedro se hizo cargo de la reunión. Este es quizás otro uso de sus poderes de «atar y desatar» que Cristo le dio en Mateo 16.19. El cielo les dirigió y ratificó su decisión después que la tomaron.

Pablo no podía ser el doceavo apóstol. Por un lado, no llenaba los requisitos que aparecen en los versículos 21–22; y además, su ministerio especial tenía que ver con la Iglesia, no con el reino.

Ahora todo estaba listo para la venida del Espíritu. Sólo era cuestión de tiempo y mientras los creyentes esperaban el día de Pentecostés, pasaban sus horas en oración y comunión en el aposento alto.


HECHOS 2

El día de Pentecostés tenía lugar cincuenta días después de la Fiesta de las Primicias. (La palabra «pentecostés» significa «cincuentavo».) Esta fiesta se describe en Levítico 23.15–21. Así como la Pascua es un cuadro de la muerte de Cristo (1 Co 5.7) y las Primicias uno de su resurrección (1 Co 15.20–23), Pentecostés es un cuadro de la venida del Espíritu Santo (1 Co 12.13). Las hogazas de panes con levadura se presentaban ese día, un cuadro de la Iglesia compuesta de judíos y gentiles. (En 1 Co 10.17 la Iglesia se describe como un pan.) La levadura en el pan habla del pecado que todavía hay en la Iglesia. Hay dos referencias al bautismo del Espíritu en Hechos: sobre los judíos en Hechos 2, y sobre los gentiles en Hechos 10. Los dos panes presentados en Pentecostés eran sombra anticipada de estos acontecimientos.

I. Los milagros (2.1–13)

Los creyentes estaban esperando y orando conforme Cristo les había ordenado (Lc 24.49), y en el tiempo apropiado el Espíritu descendió. Cuando lo hizo, los bautizó en un cuerpo espiritual en Cristo (véanse Hch 1.4–5; 1 Co 12.13), y les llenó con poder para testificar (Hch 2.4). El sonido de un viento recio nos recuerda a Juan 3.8 y de la profecía de Ezequiel sobre los huesos secos (Ez 37). Las lenguas de fuego simbolizaban el poder divino que hablaría por Dios. No confunda estas lenguas de fuego con el bautismo de fuego al que hace alusión Mateo 3.11. El bautismo de fuego que se menciona allí se refiere al tiempo de la tribulación de Israel. Puesto que todo creyente es bautizado por el Espíritu (1 Co 12.13), no es correcto orar por un bautismo del Espíritu Santo y fuego.

Los creyentes hablaron en lenguas. No predicaron en lenguas, sino que más bien alabaron a Dios en idiomas que no sabían naturalmente (véase Hch 2.11). Es evidente que estaban en el aposento alto cuando descendió el Espíritu (2.2), pero deben haber salido a los atrios del templo donde se reunió una gran multitud. El propósito del don de lenguas fue impresionar a los judíos con el milagro que se estaba realizando. En 10.46 los gentiles hablaron en lenguas como prueba a los apóstoles de que habían recibido el Espíritu; y en 19.6 los efesios seguidores de Juan el Bautista hablaron en lenguas por la misma razón.

II. El mensaje (2.14–41)

A. Introducción (vv. 14–21).

Pedro respondió primero a la acusación de que los hombres estaban borrachos. Ningún judío comería o bebería nada antes de las nueve de la mañana en el sabat o en un día de fiesta, y era entonces la hora tercera del día, o sea las nueve de la mañana. Nótese que en todo este sermón Pedro se dirige sólo a los judíos (vv. 14, 22, 29, 36). Pentecostés era una fiesta judía y no había gentiles participando. En este sermón Pedro se dirigió a la nación judía y le demostró que su Mesías se había levantado de los muertos. En los versículos 16–21 Pedro hizo referencia a Joel 2.28–32 (lea ese pasaje con todo cuidado). No dijo que esto era un cumplimiento de la profecía, porque las palabras de Joel no se van a cumplir sino hasta el fin de la tribulación, cuando Cristo vuelva a la tierra. Pedro sí dijo que este era el mismo Espíritu del que se habla en Joel. Los versículos 17 y 18 se cumplieron en Pentecostés, no así los versículos 19–21, y no se cumplirán sino hasta el fin de los tiempos. Entre los versículos 18 y 19 se desarrolla la era de la Iglesia.

B. La explicación (vv. 22–36).

Pedro ahora demuestra a los judíos que Jesucristo estaba vivo. Usó cinco argumentos muy convincentes:

(1) La persona y vida de Cristo exigían que Él se levantara de los muertos (vv. 22–24). Véase Juan 10.17–18. ¡El que resucitó a otros no podía quedarse muerto!

(2) El Salmo 16.8–11 predecía la resurrección (vv. 25–31).

(3) Los apóstoles mismos eran testigos y habían visto al Cristo resucitado (v. 32).

(4) La venida del Espíritu es prueba de que Jesús vive (v. 33).

(5) El Salmo 110.1 prometía su resurrección (vv. 33–35). Tenga presente que Pedro no está predicando el evangelio de la cruz como nosotros lo hacemos hoy en día. Estaba acusando a Israel de un gran crimen (v. 23), y le advertía que había rechazado y crucificado a su Mesías (v. 36). Pedro estaba dándole a Israel una oportunidad más de recibir a Cristo. Habían matado a Juan el Bautista y a Jesús, pero ahora Dios les daba otra oportunidad. La resurrección de Cristo fue la «señal de Jonás» prometida, que demostraba que Él era el Mesías (Mt 12.38–40).

C. La aplicación (vv. 37–40).

Los hombres quedaron culpables y le pidieron consejo a Pedro. Este les dijo que se arrepintieran, que creyeran y que se bautizaran; así se identificarían con Jesús como el Cristo. Este es el mismo mensaje que predicaron Juan el Bautista (Mc 1.4) y Jesús (Mt 4.17). Hacer que el bautismo sea esencial para la salvación y para recibir el Espíritu es negar la experiencia de los gentiles en Hechos 10.44–48, que es el modelo de Dios para hoy. (Véanse las notas introductorias a Hechos.) Los judíos en Hechos 2 recibieron el Espíritu cuando se arrepintieron y bautizaron; los samaritanos en Hechos 8 recibieron el Espíritu mediante la imposición de manos de los apóstoles; pero los creyentes de hoy reciben el Espíritu cuando creen, como sucedió con los gentiles en Hechos 10. No hay salvación en las aguas del bautismo, porque la salvación es por la fe en Jesús.

Pedro afirmó que la promesa del Espíritu no era sólo para los judíos presentes en Jerusalén, sino también para los esparcidos por todo el mundo (v. 39; véase Dn 9.7). Este versículo no puede referirse a los gentiles, porque estos no recibieron ninguna promesa (Ef 2.11, 12).

III. La multitud (2.42–47)

Nótese que los creyentes permanecieron en el templo y dieron su testimonio y adoración. El Espíritu les dio unidad de corazón y de mente, y añadía creyentes cada día a la Iglesia. Estos versículos son una hermosa descripción de lo que será la vida durante la edad del reino. Aun cuando la Iglesia (como nosotros la conocemos) existía entonces sólo en la mente de Dios, su plena revelación no fue efectiva sino hasta más tarde por Pablo. Hechos 2 es un mensaje para el pueblo judío, de modo que no lea en estos versículos verdades que sólo se revelaron posteriormente. La iglesia de hoy no se reúne en el templo judío, ni se le pide que practique el comunismo. La oferta del reino estaba aún abierta y continuaría estándolo hasta los sucesos de Hechos 7, cuando los líderes de la nación resistieron al Espíritu una vez más y mataron a Esteban.


HECHOS 3


I. Poder (3.1–11)

El hecho de que Pedro y Juan todavía asistían al templo y observaban las costumbres judías es evidencia de que estos primeros siete capítulos de Hechos tienen un énfasis judío. Ningún cristiano hoy que comprende Gálatas y Hebreos participaría de las prácticas del AT.

El cojo es una vívida ilustración del pecador perdido pues: (1) nació cojo, y todos nacemos pecadores; (2) no podía andar, y ningún pecador puede andar de manera que agrade a Dios; (3) estaba fuera del templo, y los pecadores están fuera del templo de Dios, la Iglesia; (4) mendigaba, porque los pecadores son mendigos buscando satisfacción.

Pedro realizó este milagro, no sólo para aliviar la invalidez del hombre y salvar su alma, sino también para probar a los judíos que el Espíritu Santo había venido con las bendiciones prometidas. Isaías 35.6 promete a los judíos que Israel disfrutaría de tales milagros cuando recibieran a su Mesías. La conducta del hombre después del milagro muestra cómo debe actuar cada cristiano: entró en el templo en comunión con los siervos de Dios y alabó a Dios. Su andar era nuevo y diferente, y no huyó de la persecución. Era tal su testimonio que los oficiales no tenían explicación para lo que había ocurrido.

II. Predicación (3.12–26)

Pedro usó esta curación como una oportunidad para presentar a Cristo y ofrecer perdón a la nación. Nótese que se dirige a los «varones israelitas», como lo hizo en 2.14 y 22. Les predicó a Cristo y les acusó de negar a su Mesías. Justo unas pocas semanas antes Pedro mismo había negado a Cristo tres veces. Sin embargo, debido a que confesó su pecado y arregló las cuentas con el Señor (Jn 21), pudo olvidar su fracaso. (Léase Ro 8.32–34.)

El versículo 17 es de mucha importancia, porque Pedro allí afirmó que la ignorancia de Israel le hizo cometer este crimen terrible. La ignorancia no es excusa, pero sí afecta la pena que se impone. Por eso es que Jesús oró: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23.34). Dios estaba ahora dando a Israel una oportunidad más para recibir a su Mesías. Pedro prometió, en los versículo 19–20, que si la nación se arrepentía y recibía al Señor, Él borraría sus pecados (Is 43.25; 44.22–23), enviaría a Cristo y daría «tiempos de refrigerio». Estos «tiempos» se describen en Jeremías 23.5; Miqueas 4.3; Isaías 11.2–9; 35.1–6; y 65.19–23. Pedro no describe aquí la salvación individual tanto como la bendición que vendría a la nación si se arrepentían y creían. Por supuesto, la salvación nacional dependía de la fe personal.

El cielo recibiría y retendría a Cristo hasta que Israel se arrepintiera, y entonces vendrían los «tiempos de la restauración». Esto se refiere al reino que Cristo establecerá cuando Israel se vuelva a Él y crea. En el versículo 21 Pedro afirma que de este hecho hablaron los profetas, lo cual prueba que no se refería a la Iglesia. El «misterio» de la Iglesia no se les reveló a los profetas del AT. Los profetas hablaron del futuro reino de Israel, y ese reino se hubiera establecido si los gobernantes y el pueblo hubieran creído el mensaje de Pedro y se hubieran arrepentido.

¿Qué en cuanto a los gentiles? Pedro lo respondió en el versículo 25. Los judíos eran hijos de Abraham y del pacto de Dios, y Él guardaría su promesa a Abraham y bendeciría a los gentiles mediante Israel. «En tu simiente [la de Abraham] serán benditas todas las familias [los gentiles] de la tierra» (véanse Gn 12.3; 22.18). El programa de Dios en el A.T. era bendecir a los gentiles mediante el Israel restaurado, y Pedro y los demás apóstoles judíos lo sabían. Se dieron cuenta de que Dios prometió bendecir a los gentiles cuando Israel fuera establecido en su reino. Es por eso que los apóstoles no pudieron comprender por qué Pablo se marchó a los gentiles después que Israel fue desechado. No se dieron cuenta entonces del «programa de misterio» que Dios reveló a través de Pablo, de que mediante la caída de Israel los gentiles serían salvos (véase Ro 11.11, 12). Este programa fue un «misterio» oculto en los días del AT, pero revelado a través de Pablo (léase Ef 3). Cuando la nación mató a Esteban y cometió el «pecado imperdonable» contra el Espíritu Santo, el programa profético de Dios para los judíos se detuvo. A partir de ese día Israel fue puesto a un lado y la Iglesia pasó al escenario central.

¿Cómo respondió la nación a la invitación? Mucha de la gente común creyó y se salvó, pero los gobernantes hicieron arrestar a los apóstoles. Los saduceos, por supuesto, no creían en la resurrección, y rechazaron el mensaje de Pedro de que Cristo había resucitado de entre los muertos. Los fariseos detestaban a Jesús porque los había condenado (Mt 23). Comenzó la persecución que Cristo prometió a los apóstoles en Juan 15.18–16.4, como lo veremos en el próximo capítulo.


HECHOS 4


I. El arresto (4.1–4)

Este es el principio de la persecución de la Iglesia. Los saduceos no creían en la resurrección de los muertos y se opusieron a la predicación de Pedro. Los sacerdotes, por supuesto, no querían que los acusaran de la crucifixión de Cristo. Los líderes de Israel ni siquiera se dieron cuenta de que el mensaje de Pedro ¡era lo único que podía salvar a la nación! Si hubieran admitido su pecado y recibido a Cristo, Él hubiera derramado las promesas que los profetas habían proclamado siglos antes.

II. El juicio (4.5–22)

La corte que se reunió aquí, compuesta ante todo por familiares del sumo sacerdote, se había corrompido con el correr de los años. Esta fue una reunión oficial del sanedrín, el supremo concilio judío. Algunos de estos mismos hombres habían ayudado en el «juicio» de Cristo no muchas semanas antes. Es más, su pregunta en el versículo 7 nos recuerda del juicio de Jesús (léase de nuevo Mt 26.57ss). Jesús había prometido a los discípulos que el mundo los trataría de la misma manera que le había tratado a Él (Jn 15.17ss). Nótese también que en Mateo 21.23–44 estos mismos líderes habían cuestionado a Cristo respecto a su autoridad.

El Espíritu Santo dirigió la respuesta de Pedro, en cumplimiento a la promesa que se halla en Lucas 21.12–15 y Mateo 10.20. Los creyentes de hoy nunca deben reclamar esta promesa como una excusa para descuidar el estudio y la preparación para la enseñanza o predicación. Si hemos sido fieles en otras ocasiones, el Espíritu Santo nos ayuda en esas horas de emergencia cuando la preparación es imposible. Pedro intrépidamente afirmó que Jesucristo, el crucificado y ahora vivo Señor, realizó el milagro por medio de sus apóstoles. ¡Cómo deben haber temblado esos judíos al verse cara a cara con su crimen! Sin embargo, de nada sirvió, porque sus corazones estaban encallecidos.

El versículo 11 identifica a Cristo como la Piedra y a los líderes judíos como los edificadores. Esto es una cita del Salmo 118.22, 23. Cristo mismo usó este pasaje al debatir con esos líderes (Mt 21.43). Los judíos rechazaron a Cristo como la Piedra escogida sobre la cual se establecería el reino; esa Piedra desechada llegó a ser la Piedra angular de la Iglesia (Ef 2.20). Nótese que Pedro afirmó sin rodeos que Israel había rechazado a Cristo. Sin embargo, en el versículo 12 les invitó a creer en Él y ser salvos. En tanto que es cierto que este versículo se aplica a todos los pecadores en cualquier época, tenía un significado especial para la nación en los días de Pedro. Si los líderes se hubieran arrepentido y recibido a Cristo, Él hubiera salvado a la nación de la terrible tragedia que vino pocos años después, cuando Roma destruyó el templo y la ciudad.

En los versículos 13–17 el «jurado» se retiró a deliberar el caso. Quedaron impresionados por la intrepidez de los apóstoles. Esto era significativo, puesto que Pedro había negado al Señor con miedo apenas unas semanas antes. La frase «sin letras y del vulgo» significa que los apóstoles no habían recibido instrucción en las escuelas oficiales de los rabíes. Sin embargo, sabían mucho más acerca de las Escrituras que los mismos líderes religiosos. Los líderes también se dieron cuenta de que estos hombres «habían estado con Jesús» (v. 13) en el jardín y durante su última semana en Jerusalén antes de su muerte. Pero enfrentaban un problema aún más grande: ¿cómo podían explicar la curación del mendigo? No podían negar el milagro, de modo que decidieron silenciar a los mensajeros.

Los apóstoles no aceptaron este veredicto, porque su lealtad a Cristo significaba más que cualquier protección del gobierno. Los jueces finalmente tuvieron que dejarlos ir. La audacia de los discípulos, el poder de la Palabra y el testimonio del mendigo sanado fueron un «caso» demasiado bueno y los jueces no encontraron ninguna respuesta.

III. La victoria (4.23–37)

Los verdaderos cristianos siempre regresan «a los suyos». (Léase 1 Jn 2.19.) La Iglesia no se lamentó debido a que la persecución había empezado; antes bien, ¡los creyentes se regocijaron y oraron! Nótese que en los versículos 25 y 26 hacen referencia al Salmo 2, que es un salmo mesiánico, hablando acerca del día cuando Cristo volverá para regir con poder. Los cristianos de hoy deben imitar a los primeros cristianos en cuanto a la oración, porque ligaron su oración a la Palabra de Dios (Jn 15.7).

Oraron por intrepidez y Dios les contestó llenándoles con el Espíritu. Este no fue un «segundo Pentecostés», porque el Espíritu vino para llenar con poder y no para bautizar a los creyentes. El Espíritu Santo también les dio una maravillosa unidad, al punto de que vendían sus bienes y los compartían con los que tenían necesidad. Este «comunismo cristiano» fue otra prueba de la presencia del Espíritu, un ejemplo de lo que ocurrirá en la edad del reino cuando todas las naciones tengan el Espíritu y un amor desinteresado las unas por las otras. Este «comunismo» no tiene ninguna relación con el comunismo marxista. Por favor, nótese que este compartir de bienes fue algo temporal y no se le exige a la Iglesia de Cristo hoy. Aun cuando los cristianos de hoy deben tener el mismo espíritu de amor, no se espera que vendan sus bienes y formen una comunidad separada. En 11.27–30 los cristianos en Antioquía tuvieron que auxiliar a los creyentes de Jerusalén. (Véanse también Ro 15.26; 1 Co 16.1–3; 2 Co 8.1–4; 9.2.) Cuando Israel rechazó el mensaje esta obra de gracia del Espíritu gradualmente desapareció. El modelo de ofrendar de la iglesia del NT se halla en 2 Corintios 8–9, 1 Timoteo 5.8 y 2 Tesalonicenses 3.7–13.

«Denuedo» parece ser clave en todo este capítulo. Véase cómo los primeros creyentes recibieron este valor: fueron llenos con el Espíritu (vv. 8, 31), oraron (v. 29) y confiaron en la Palabra de Dios (vv. 25–28). Usted y yo podemos tener ese denuedo para andar y testificar si nos alimentamos de la Palabra, oramos y nos rendimos al Espíritu. Podemos tener denuedo en la tierra debido a que Cristo nos lo da en el cielo (Heb 4.16; 10.19).


HECHOS 5

Satanás todavía está atacando a los creyentes, y al hacerlo usa un plan doble: engaño desde adentro y persecución desde afuera. Satanás es mentiroso y homicida, y en este capítulo lo vemos operando en ambas esferas.

I. Oposición desde adentro (5.1–16)

Aquí vemos a Satanás operando como la serpiente, usando a los creyentes desde adentro de la iglesia para estorbar la obra del Señor.

A. El engaño (vv. 1–2).

Ananías y Safira querían tener la reputación de ser más espirituales de lo que realmente eran. Sintieron celo cuando los demás trajeron sus donaciones (4.34–37) y quisieron el mismo reconocimiento. Por favor, tenga presente que su pecado no fue robar dinero de Dios, debido a que Pedro afirma en el versículo 4 que de ellos dependía el uso que iban a darle al dinero. Su pecado fue la hipocresía, tratando de aparecer más espirituales de lo que en realidad eran.

B. El descubrimiento (vv. 3–4).

Pedro era un hombre con discernimiento dado por el Espíritu. Aquí le vemos ejerciendo el poder de «atar y desatar» que Cristo le había dado (Mt 16.19). El pecado siempre se descubre de una manera u otra. Esta pareja no mencionó nada abiertamente, pero el pecado terrible estaba en sus corazones. Mintieron al Espíritu de Dios, quien con toda gracia estaba obrando en los corazones de los creyentes, guiándoles a vender sus posesiones y compartirlas con otros.

C. Las muertes (vv. 5–11).

Este no fue un caso de «disciplina eclesiástica» puesto que Dios lidió con los pecadores directamente. Las dos muertes ilustran la clase de juicio que Cristo hará durante el reino (véanse Jer 23.5; Ap 19.15). A diferencia de la disciplina de la iglesia local, donde el pastor y los miembros al investigar algún asunto dan la oportunidad de arrepentimiento y perdón y procuran restaurar a los que yerran, este fue un caso definitivo de juicio divino. Es interesante comparar este capítulo con Josué 7, donde el codicioso Acán trató de esconderle a Dios su pecado y fue apedreado. Gran temor cayó sobre la Iglesia (Hch 5.11) cuando la gente vio la mano de Dios obrando.

D. El testimonio (vv. 12–16).

La iglesia estaba ahora unánime y la alababan y, por consiguiente, se multiplicó. Esto siempre ha ocurrido cuando se purga el pecado. Satanás trabaja desde adentro de la iglesia y trata de dividirla, que caiga en desgracia y destruirla; pero si permitimos que el Espíritu obre, detectaremos la operación del diablo y evitaremos problemas en la iglesia. No es la iglesia que da la bienvenida a todo el mundo la que tiene el mejor testimonio, porque la gente tenía miedo de unirse a la iglesia allí en Jerusalén (v. 13). Una iglesia local debe tener normas y permitir que el Espíritu guíe. Nótese que Pedro es el hombre clave en este período de la historia de la Iglesia; incluso de su sombra se dice que producía sanidad.

Satanás todavía se opone desde adentro a la obra de la Iglesia. Pablo les advirtió a los ancianos que los lobos vendrían desde afuera para atacar al rebaño, pero también que se levantarían hombres «de vosotros mismos» para hacer daño a la Iglesia (Hch 20.29, 30). El peligro más grande que la Iglesia enfrenta hoy no es tanto la oposición de afuera, sino el pecado adentro. Por eso es tan importante buscar la dirección de Dios al recibir nuevos miembros y disciplinar a los que se descarrían.

II. Oposición de afuera (5.17–34)

Los líderes judíos (instigados por los saduceos incrédulos) se llenaron de celos (v. 17) por el éxito y la popularidad de los apóstoles. Tal vez en esta oportunidad encarcelaron al grupo apostólico entero, y lo más probable es que fuera en la prisión pública y no en alguna sección especial. Un ángel del Señor (este puede haber sido el mismo Cristo) los libró y así la gracia de Dios le dio a la nación otra oportunidad de oír el mensaje de salvación. Nótese que los hombres fueron directamente al templo, porque allí era donde podían encontrar a la gente que necesitaba su mensaje. ¡Imagínese la sorpresa de los líderes cuando descubrieron que sus prisioneros se habían esfumado! Tenga en mente que la liberación no siempre es el plan de Dios; Él permitió la liberación de Pedro, pero que Jacobo muriera (Hch 12) debido a que cada hecho fue para su gloria.

Los líderes rehusaron pronunciar el nombre de Jesús (v. 38). «La sangre de ese hombre» (v. 28) nos recuerda lo que dijo la nación en Mateo 27.25. La nación judía no se limpiará sino hasta que vean a su Mesías y purguen su pecado (Zac 12.9–13.1).

Pedro y los apóstoles no se darían por vencidos. De nuevo anunciaron que Dios salvaría a Israel si los líderes se arrepentían (Hch 5.31). Si los líderes se volvían de su pecado, la gente seguiría su ejemplo (véase Jn 7.48). La Palabra, como una espada (Heb 4.12), penetró en sus corazones y quisieron matar a los apóstoles, ¡exactamente como mataron a Jesús!

Gamaliel entonces dio su consejo al concilio: sean neutrales y averigüen si Dios está o no en el asunto. Esto parece ser un consejo sabio, pero en realidad no lo era. Nadie puede ser neutral con Cristo. Posponer una decisión es arriesgarse al desastre. Dios dio toda evidencia mediante señales y milagros de que estaba obrando y no había razón para posponer la decisión. Es interesante notar que Gamaliel era un fariseo y no parte del grupo de los saduceos que habían encabezado el arresto. También es el gran rabí judío que enseñó al apóstol Pablo (Hch 22.3). ¡Su discípulo tomó una mejor decisión que la que él hizo!

A los apóstoles los azotaron (véase Dt 25.2, 3) y dejaron en libertad, pero ¡se fueron gozosos, no derrotados! Consideraron un privilegio sufrir por Cristo (véase Flp 1.27–30). Nótese que el ministerio de la Iglesia continuó: (1) diariamente, (2) en público, y (3) en hogares privados, a medida que los apóstoles predicaban y enseñaban de Jesucristo. Este debe ser el ministerio de la iglesia hoy.


HECHOS 6


Ahora encontramos un segundo problema dentro de la iglesia. En el capítulo 5 fue el engaño en los corazones de Ananías y Safira; aquí es una queja en las filas de creyentes.

I. Una dificultad de familia (6.1–7)

En cierto sentido, ¡la queja era una evidencia de bendición! La asamblea había crecido tan rápidamente que los apóstoles no podían manejar la distribución diaria de alimento, y como resultado estaban descuidando a algunas de las grecojudías. Es estimulante trazar el crecimiento de la iglesia: Creyeron tres mil (2.41); luego se añadían cada día creyentes (2.47); más tarde creció con cinco mil hombres (4.4); luego este número se multiplicó (6.1); y después el número volvió a multiplicarse grandemente (6.7).

¿Cuál fue el secreto de este crecimiento asombroso? Léase la respuesta en 5.41–42: los líderes estaban dispuestos a pagar el precio de servir a Cristo, y la gente vivía su fe diariamente. Hechos 5.42 es un buen modelo a seguir: (1) servicio cristiano diario; (2) servicio en la casa de Dios; (3) servicio de casa en casa; (4) trabajo de cada miembro; (5) servicio continuo; (6) enseñanza y predicación de la Palabra; (7) exaltando a Jesucristo. Los pastores y dirigentes piadosos solos no pueden hacer que una iglesia crezca; todos los miembros deben hacer su parte.

El problema de los alimentos se resolvió al poner primero lo primero. Los apóstoles sabían que su ministerio principal era la oración y la Palabra de Dios. Si las iglesias locales permitieran que sus pastores obedezcan Hechos 6.4, verían un aumento en poder espiritual y numérico. La oración y la Palabra van juntas (Jn 15.7; Pr 28.9). Samuel ministraba de esta manera (véase 1 S 12.23); y también lo hacía Cristo (Mc 1.35–39) y Pablo (Col 1.9, 10). En Hechos 1, mediante la oración y la Palabra los apóstoles hallaron la voluntad de Dios. Efesios 6.17–18 afirma que la oración y la Palabra vencerán al diablo. Segunda de Corintios 9.9–15 indica que el ministerio de la oración y de la Palabra proveerán los recursos financieros que una iglesia necesita. La oración y la Palabra edificarán siempre a una iglesia (Hch 20.32–36).

A estos siete hombres no se les llamó en realidad «diáconos», aunque la palabra «distribución» en 6.1 es en griego diakonía y es la misma que se traduce «diácono» en el resto de la Biblia. La palabra simplemente significa «sirviente»; y en 6.2 se traduce «servir» y en 6.4 como «ministerio». Nótese que la iglesia hizo la elección, en tanto que los apóstoles hicieron el nombramiento efectivo. Los apóstoles también, guiados por el Espíritu, fijaron los requisitos, los cuales los creyentes gozosamente aceptaron. Este es un cuadro de unidad y armonía entre los líderes espirituales y los miembros del rebaño. Es posible que de este primer nombramiento se haya desarrollado el oficio de diácono (1 Ti 3.8ss). La tarea principal de los diáconos era atender las necesidades materiales y así aliviar a los apóstoles para que se dedicaran a su ministerio espiritual. Hoy, el diácono asiste al pastor en la consejería y el servicio, ayudándole a lograr que se haga el mayor trabajo posible. Cuando los diáconos (o cualquier otro dirigente de la iglesia) encadena al pastor y le hace un «mandadero» santificado, o se considera «su jefe», Dios no puede bendecir.

Nótese que los hombres seleccionados (v. 5) ¡tenían nombres griegos! Esto muestra el amor de los primeros creyentes; en honor, se preferían los unos a los otros (Ro 12.10). Felipe más tarde llegaría a ser un evangelista (8.5, 26; 21.8). Cualquier oficial de la iglesia debe ser un evangelista. Observe cómo Dios bendijo al pueblo cuando enfrentaron el problema con sinceridad y lo resolvieron (v. 7).

II. Diácono fiel (6.8–15)

El nombre Esteban significa «corona de victoria», y ciertamente se ganó una corona al ser fiel hasta la muerte (Ap 2.10). De acuerdo con el versículo 3 Esteban tenía buena reputación entre los creyentes, estaba lleno del Espíritu y tenía sabiduría práctica. ¡Qué combinación para cualquier cristiano! Tenía un testimonio doble: Sus palabras (v. 10) y sus obras (v. 8).

Había centenares de sinagogas en Jerusalén, muchas de ellas establecidas por judíos de otras tierras. La sinagoga de los libertos estaba formada por judíos romanos que descendían de esclavos hebreos que se les había dado la libertad. Es interesante notar que Esteban testificó donde había judíos de Cilicia, porque Pablo procedía de aquel lugar (21.39), y bien puede haberse enfrentado a Esteban en el debate allí en la sinagoga.

El enemigo siempre está trabajando, y antes de que pasara mucho tiempo Esteban fue arrestado. Le acusaron de blasfemar contra Moisés y la ley, y de decir que el templo sería destruido; esto tal vez puede ser una referencia a las palabras de Cristo en Juan 2.19–21. Los judíos trataron a Esteban de la misma manera que lo hicieron con Cristo: contrataron testigos falsos, hicieron acusaciones dudosas y no le dieron el beneficio de un juicio justo. (Véase Mc 14.58, 64.) Dios testificó de la fe de Esteban mediante la gloria que irradiaba de su rostro (2 Co 3.18).

En el próximo capítulo consideraremos el gran discurso de Esteban que muestra el fracaso de Israel a través de los siglos. El capítulo 7 es un punto crucial en Hechos, al rechazar Israel finalmente a Jesucristo y perseguir a la Iglesia. Después de este acontecimiento el mensaje salió de Jerusalén y fue a los gentiles.


HECHOS 7

Este capítulo registra el discurso más largo del libro de Hechos, así como el punto decisivo de la historia espiritual de Israel. Registra el tercer homicidio importante de la nación (Juan el Bautista, Cristo y ahora Esteban) y su final rechazo del mensaje de salvación. En su discurso Esteban repasó la historia de Israel y destacó que la nación siempre rechazó a los líderes escogidos por Dios cuando aparecieron por primera vez, pero los recibieron la segunda vez. Tanto Moisés como José fueron ejemplos de este patrón (7.13, 35). Asimismo Israel trató a Cristo: Juan el Bautista y los apóstoles lo presentaron a la nación, pero esta lo rechazó; sin embargo, Israel recibirá a Cristo cuando aparezca por segunda vez.

I. El pacto de Dios con Abraham (7.1–8)

El pacto con Abraham está registrado en Génesis 13.14–18, así como en Génesis 15 y 17. Incluye la posesión por parte de la simiente de Abraham de la tierra prometida, y la promesa de la multiplicación de sus descendientes en los años venideros. El sello de este pacto fue la circuncisión. Este pacto con Abraham fue el fundamento de la nación judía. Dios no hizo este pacto con los gentiles, ni tampoco se aplica a la Iglesia. «Espiritualizar» estas promesas y aplicarlas a la Iglesia es entender mal y tergiversar las Escrituras. Dios les prometió a los judíos una tierra y un reino; debido a su desobediencia perdieron la posesión de la tierra y no recibieron su reino. Este pacto con Abraham todavía sigue vigente, sin embargo, y se cumplirá cuando Cristo retorne para establecer su reino en la tierra.

II. Israel rechaza a José (7.9–16)

José tiene una semejanza maravillosa a Cristo en muchas maneras: (1) su padre lo amaba (Gn 37.3; Mt 3.17); (2) sus hermanos lo aborrecían (Gn 37.4–8; Jn 15.25); (3) sus hermanos lo envidiaban (Gn 37.11; Mc 15.10); (4) lo vendieron por el precio de un esclavo (Gn 37.28; Mt 26.15); (5) lo humillaron como sirviente (Gn 39.1ss; Flp 2.5ss); (6) lo acusaron falsamente (Gn 39.16–18; Mt 26.59, 60); (7) lo exaltaron y honraron (Gn 41.14ss; Flp 2.9–10); (8) sus hermanos no lo reconocieron la primera vez (Gn 42.8; Hch 3.17); (9) se reveló a sí mismo la segunda vez (Gn 45.1ss; Hch 7.13; Zac 12.10); (10) aunque rechazado por sus hermanos, tomó una esposa gentil (Gn 41.45; Hch 15.6–18).

El argumento de Esteban aquí es que los judíos habían tratado a Cristo de la manera que los patriarcas trataron a José, pero no enfocó esta acusación sino hasta el final. Así como José sufrió para salvar a su pueblo, Cristo sufrió para salvar a Israel y a toda la humanidad; sin embargo, los judíos no lo recibieron.

III. Israel rechaza a Moisés (7.7–41)

Así como José, Moisés tiene una asombrosa similitud con Cristo: (1) fue perseguido y casi lo matan cuando era niño (Éx 1.22; 4.19; Mt 2.13–20); (2) rechazó el mundo para salvar a su pueblo (Heb 11.24–26; Mt 4.8–10; 2 Co 8.9); (3) la primera vez que trató de ayudar a Israel lo rechazaron (Éx 2.11–14; Is 53.3); (4) se hizo pastor (Éx 3.1; Jn 10); (5) tomó esposa gentil durante el rechazo que experimentó (Éx 2.21); (6) sus hermanos lo recibieron la segunda vez (Éx 4.29–31; Hch 7.5); (7) libró a su pueblo de la esclavitud mediante la sangre del cordero (Éx 12; 1 P 2.24). Moisés fue un profeta (Dt 18.15–19; Hch 3.22), sacerdote (Sal 99.6) y rey (Dt 33.4–5).

Se hace necesario un comentario acerca del versículo 38, en el cual a Israel se le llama «la congregación en el desierto». La palabra «congregación» es eklesía en griego, que significa «una asamblea convocada» y no sugiere que Israel haya sido una «iglesia» en el AT. En el AT no hallamos profecías respecto a la Iglesia. Israel (un pueblo terrenal) no estaba en la misma relación con Dios en el AT, como los creyentes (un pueblo celestial) lo estaban en el NT.

Aunque Israel tenía un líder piadoso y Dios mismo en su presencia (v. 38), sin embargo ¡se rebelaron y rechazaron la voluntad de Dios! «En sus corazones se volvieron a Egipto» (v. 39). Se volvieron a la idolatría y Dios los desechó. ¿No habían hecho lo mismo mientras Cristo estaba con ellos en la tierra? Moisés realizó milagros, suplió para sus necesidades en el desierto y les dio la Palabra de Dios; Cristo también había realizado obras poderosas, alimentado a la gente y les había dado la Palabra de Dios... ¡y sin embargo se alejaron!

IV. Israel rechaza a los profetas (7.42–50)

En estos versículos Esteban se refiere a Amós 5.25–27 e Isaías 66.1–2. Los judíos pensaban que debido a que tenían su templo, estaban seguros contra cualquier daño y que Dios tenía que bendecirlos. Todos los profetas advirtieron que el templo no les aseguraría la bendición si su corazón no estaba bien con Dios. ¿Cómo puede Dios, quien llena el cielo y la tierra, estar confinado a un templo hecho de manos? La vida religiosa de Israel era puro formulismo; tenían las formas externas de la religión, pero sus corazones no estaban bien con Dios. Rechazaron la voz de los profetas, incluso persiguiéndolos y matándolos (véase Mt 23.29–39); y cuando el Profeta (Cristo) apareció (v. 37), ¡rechazaron sus Palabras y le crucificaron!

V. El juicio de Israel se sella (7.51–60)

Israel había cometido dos asesinatos y estaba a punto de cometer el tercero. Al permitir que mataran a Juan el Bautista, rechazaron al Padre que había enviado a Juan para preparar el camino a Cristo. Cuando crucificaron a Cristo, rechazaron al Hijo. Ahora, al matar a Esteban, estaban llegando al «pecado imperdonable» final (Mt 12.31, 32) de resistir al Espíritu Santo. Dios hubiera perdonado a la nación por la manera en que trataron a su Hijo, pero no podría perdonar a los judíos una vez que resistieran al Espíritu que testificaba con tanto poder acerca de su Hijo. Dios había dado toda evidencia a la nación de que Cristo era su Mesías, pero prefirieron endurecer su cerviz y corazón (Hch 7.51). ¡Qué semejanza con los pecadores de hoy!

Esteban usó la Palabra y esta «espada del Espíritu» (Ef 6.17; Heb 4.12) perforó con convicción sus corazones. A punto de ser apedreado, Esteban levantó sus ojos al cielo y vio la gloria de Dios. «Icabod[...] ¡Traspasada es la gloria de Israel!» (1 S 4.19–22) podía decirse ahora de la nación de Israel; pero Esteban vio la gloria en Cristo, donde la vemos hoy (2 Co 4.1ss). Versículos tales como el Salmo 110.1, Marcos 16.19 y Hebreos 1.3 y 10.12 indican que Cristo «se sentó» debido a que su obra estaba terminada; pero el versículo 55 señala que Él estaba de pie. Algunos han sugerido que se puso de pie para recibir a su mártir, Esteban, al llegar a la gloria. Otros piensan que Cristo se puso de pie como testigo, la postura usual de los testigos en la corte judía que testifican del mensaje y ministerio de su siervo. Otro hecho que queremos notar es que la muerte de Esteban cerró la oferta del Rey de los judíos y fue el punto decisivo en Hechos, porque ahora la Iglesia, como el cuerpo de Cristo, empieza a asumir importancia principal; y es para la Iglesia que Cristo tiene su ministerio a la diestra de Dios. Tal vez se debe tener presente Lucas 22.69; no cabe duda de que los líderes judíos recordarían el testimonio de Cristo.

La oración de Esteban muestra su amor por su pueblo y nos recuerda la intercesión de Cristo en la cruz. Tal vez Esteban pensó, viendo a Cristo de pie, que Él iba a traer juicio sobre la nación por su continuo pecado (véase Sal 7.6), y así oró por gracia y para que se pospusiera la ira. «Durmió» es un hermoso cuadro de lo que la muerte significa para el creyente.

El juicio de Israel quedó sellado; en los próximos capítulos veremos el evangelio de la gracia (no el mensaje del reino) pasando de los judíos a los samaritanos y luego a los gentiles.